Aprendiendo de la vida de José de Arimatea
A menudo, Dios nos pide que renunciemos a algo. Y, con mayor frecuencia, nos lo devuelve. Muchos músicos han dejado un instrumento musical de sus días previos a su conversión porque, como Lázaro, que murió hace cuatro días, lo consideraban odioso. Estaba muerto. Pero con el tiempo, resucitó y fue usado para la gloria de Dios.
Quizás hoy recuerdes un talento que Dios te dio una vez, algún don que pusiste en el altar del sacrificio. Quizás ahora que has crecido en tu fe, Dios te lo devuelva, santificado y listo para Su uso. Este fue el caso de algo que un hombre rico llamado José le dio a Dios:
Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús. Este hombre fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diera el cuerpo. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo, que había excavado en la roca; luego, rodando una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue (Mateo 27:57-60).
Antes de esta escena, un torbellino de acontecimientos aterradores había dispersado a los discípulos de Jesús de Nazaret. En el tranquilo refugio del Huerto de Getsemaní, sus discípulos habían presenciado a un Jesús inusualmente deprimido. De repente, se desató un torbellino de sucesos confusos. Jesús fue arrestado y se lo llevaron como si fuera un criminal astuto. Luego fue burlado, azotado y golpeado. En lugar de ser liberado, un asesino fue liberado en su lugar. El gobernador presidente se lavó las manos, y Jesús fue llevado al Gólgota como oveja al matadero. Después de seis largas y brutales horas, todo había terminado. Se había consumado. La esperanza había sido devorada por el odio, dejando solo oscuridad y depresión. Jesús de Nazaret estaba muerto.
José tomó el cuerpo maltratado, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propia tumba. Era su tumba personal, pero la entregó por la causa de Jesús. Y, maravilla de las maravillas, tres días después Dios se la devolvió, porque ya no sería necesaria. Había sido desocupada. Y esa tumba vacía se ha convertido en un símbolo de gloriosa esperanza. La muerte ha perdido su aguijón. José le dio a Dios lo que era suyo, y Dios se lo devolvió.
Hoy, da lo que tienes por la causa del evangelio:
Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna (Marcos 10:29-30).
Ponla en el altar del sacrificio. Pierde tu vida y la salvarás (Mateo 16:25).