El Clavadista Olímpico
Un clavadista olímpico, ganador de una medalla de oro por clavado, sufría de insomnio. Cuando se acostó en su cama, comenzó a pensar acerca del éxito que tenía en su carrera. Meditaba en la medalla de oro que había obtenido. Para su desgracia, se dio cuenta que su logro no había alcanzado lo que él esperaba. La emoción de ganar, los fotógrafos, las medallas y la fama, le habían dado un sentido de placer, pero el hecho de que la muerte le esperaba, le dejo un sentido completo de inutilidad.
Se levantó de la cama y se dirigió a la piscina. Como había luna llena, no se molestó en prender las luces. Mientras subía al trampolín, vio su sombra reflejada por la luna, en la pared. La rutina era tan común para él, que tenía confianza en caminar sobre el trampolín, aun cuando estaba medio oscuro. Al borde del trampolín, se alistaba para clavar, colocó sus pies juntos y luego sus manos en posición horizontal. Cuando lo hacía, sus ojos captaron su sombra reflejada en la distancia. Todo lo que pudo ver era una cruz. En ese momento recordó sus días de escuela dominical: » Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8).
De repente, se sintió sucio, al considerar todos los mandamientos que había quebrantado. El Hijo de Dios, sin pecado, había venido a pagar por sus pecados. Con lágrimas en sus ojos, el gran atleta bajó lentamente del trampolín, cayó de rodillas y entregó su vida a Cristo. Regresó a su cama y pudo dormir en paz.
En la mañana, se levantó, sintiendo que había sido perdonado por sus pecados. Regresó a la piscina, pero para su asombro, estaba completamente vacía. La tarde anterior, el que la cuidaba, la había desocupado y estaba apenas comenzando a llenarla.