El Dilema de la Felicidad

Como hemos visto, decirle a la gente que Dios tiene un plan maravilloso para su vida, no es honesto a la luz de las realidades de la vida. Y aquí radica la doble tragedia. Cuando la iglesia declara el mensaje de que “Jesús resuelve problemas” o que “Jesús trae felicidad,” limita el campo del esfuerzo evangelístico a aquellos en la sociedad que mostrarían interés—aquellos que son infelices y que están enredados en sus problemas. A esta gente “problema” no se le da el mensaje de pecado, justicia y juicio, con el mandamiento de arrepentirse y huir de la ira venidera. Más bien se les dice que Jesús es la respuesta a sus problemas de alcoholismo, drogas, maritales, personales o financieros, y que Él es el que puede llenar ese hueco en sus vidas. Por tanto, muchos vienen únicamente para buscar soluciones a sus problemas. Sin embargo, si no se arrepienten de sus pecados (porque no se les ha dicho que se arrepientan), tendrán una conversión falsa (véase Marcos 4:16,17) y no llegarán a ser nuevas criaturas en Cristo. Aun cuando pudieran llamar a Jesús “Señor,” seguirán “haciendo maldad” (véase Mateo 7:23). Consecuentemente, traerán sus pecados y sus problemas a la iglesia local
El llamado del evangelio es universal y no se limita al mundo de los “dolientes” e insatisfechos, como tan frecuentemente se fomenta. El evangelio es una promesa de justicia, no una promesa de felicidad, y como tal también se puede ofrecer a los que están disfrutando de “los deleites temporales del pecado.”