He quebrantado los diez mandamientos pero hago cosas buenas.

por | Feb 18, 2020

Mucha gente hace cosas semejantes. Ellos le pueden robar a su empleador o mentir en sus impuestos, entonces dan una donación de caridad o pasan la noche de acción de gracias ayudando en una cocina comunitaria. Ellos piensan que están equilibrando la balanza: han hecho mal, por un lado, y ahora están haciendo bien. Sin embargo la Biblia nos revela que la motivación de los pecadores culpables es su culpa (Leer Hebreos 9:14). Ellos intentan sobornar al Juez del Universo. El juez en este caso no será corrompido. Él debe castigar a todos los pecadores. Las buenas obras no pueden ganarse misericordia; ésta viene solo por la gracia de Dios. Él quitará nuestra iniquidad solo en el terreno de nuestra fe en Jesús.

En esta lección miraremos el décimo mandamiento: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17).

La codicia es tal vez el más sutil de los pecados. Pareciera menos comparado con el adulterio, el robo, o la violación. Sin embargo, antes que un hombre robe, él codicia. Antes que cometa adulterio o viole, él codicia. La codicia es la chispa que enciende la mecha del pecado. Este es un pecado que yace muy cerca de la superficie de todo ser humano. Pocos niños están contentos con diez caramelos cuando al niño de al lado le dieron once. La codicia es el compañero de los celos, avaricia y lascivia. Fue este pecado silencioso que encontró lugar en el corazón del rey David, aunque él era rico y bendecido. Sus ojos codiciosos vagaron hacia la esposa de otro hombre, y le abrió la puerta a una multitud de pecados.

¿Quién de nosotros puede levantarse inocente y decir que nunca ha deseado celosamente tener algo que le pertenece a otra persona? Puede ser un auto, una casa, los ingresos, el estilo de vida, nuestra codicia revela la falta de gratitud hacia lo que Dios ya nos ha dado. Es por eso que las Escritura nos amonesta diciendo “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: no te dejaré ni te desampararé” Hebreos 13:5. Aprendamos a orar junto con el salmista “inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino” (Salmos 119:36-37).

Matthew Henry decía “El décimo mandamiento ataca a la raíz: no codiciarás. Los otros prohíben todo deseo de hacer lo que será un daño a nuestros semejantes; este prohíbe todo deseo incorrecto de tener lo que nos gratificará a nosotros mismos.”

Mira esta increíble cita de Martín Lutero. Nos recuerda de la función y poder de la ley para revelar nuestros pecados escondidos:

Mientras una persona no es un asesino, adúltero, ladrón, ella jurará que es justa. ¿Cómo puede humillar Dios a esa persona sino es por la ley? La Ley es el martillo de la muerte, el trueno del infierno y el trueno de la ira de Dios para derribar a los hipócritas orgullosos y desvergonzados. Cuando la Ley fue instituida en el monte Sinaí fue acompañada con relámpagos, con tormentas, con sonidos de trompetas, haciendo pedazos el monstruo llamado auto justificación. Mientras una persona piense que ella es justa será incomprensiblemente orgullosa y presuntuosa. Va a odiar a Dios, despreciar Su gracia y misericordia, e ignorar las promesas en Cristo. El evangelio del perdón gratuito de los pecados a través de Cristo nunca apelará a quien se justifica asimismo. El monstruo de la auto justificación, esa bestia porfiada, necesita un hacha. Y esto es lo que es la Ley, un hacha enorme. El uso apropiado y la función de la Ley es amenazar hasta que la conciencia quede muerta de miedo”

Es importante advertir a quienes son culpables de este pecado “inofensivo” que de acuerdo a las Escrituras “ningún codicioso (avaro) que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:3, 5). Al codiciar, una persona no solo transgrede el décimo mandamiento sino también el Primero y el Segundo. Cuando ama las cosas materiales más que a Dios, está colocando su afecto en el don en lugar de hacerlo en el Dador. ¿Qué padre no estaría dolido si su amado hijo amara más a sus juguetes que a su papá, quien le dio esos juguetes? Un niño debiera amar a su padre primero y luego lo demás. Él debiera amar más al dador que el don, y estar contento con lo que tiene.

~Ray Comfort

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