La Clave De Las Parábolas

por | Sep 11, 2020

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos la Parábola del Sembrador, estos no entendieron su significado. Él les dijo: “¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?” (Marcos 4:13). En otras palabras, la parábola del sembrador es la clave para descubrir todos los misterios de todas las demás parábolas. Si algún mensaje sobresale de la parábola es la verdad de que, cuando se predica el Evangelio, hay conversiones falsas y verdaderas. Esta parábola habla del oidor de tierra espinosa, de tierra pedregosa y de buena tierra, de verdaderas y falsas conversiones.

Habiéndose establecido esta premisa, entonces la percepción de lo que Jesús enseña en el resto de las parábolas acerca del reino de Dios empieza a hacerse más clara. Si alguien capta la verdad de que lo verdadero y lo falso están uno junto al otro, entonces las otras parábolas cobran sentido: el trigo y la cizaña (verdadero y falsa), el buen pescado y el malo (verdadero y falso), las vírgenes sabias y las necias (verdaderas y falsas), las ovejas y las cabras (verdaderas y falsas).

Después de la parábola del trigo y la cizaña, Jesús pronunció la parábola de la red:

“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red que echada al mar, recoge toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados recogen lo bueno en cestas, y echan fuera lo malo. Así será el fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echaran en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor”. (Mateo 13:47-51).

Note que los peces malos y los buenos estaban juntos en la misma red. El mundo no es captado en la red del reino de los cielos, ellos se quedan en el mundo. Los peces malos que se capturan son los que responden al evangelio “el logro evangelístico”, y permanecen junto a los buenos hasta el día del juicio.

Judas era un falso convertido. Parece que él era un oyente de tierra espinosa. La Biblia nos habla de este tipo de oyente: “pero los afanes de este siglo, el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:19). Algunas de estas personas que profesan ser cristianos, se quedan en la iglesia, y otras se van.

Los falsos convertidos tienen una medida de espiritualidad. Judas la tuvo. Él convenció a algunos de los discípulos de que sinceramente le preocupaban los pobres. Pareció tan digno de confianza que fue el encargado de las finanzas. Cuando Jesús dijo: “Uno de vosotros me traicionará”, los discípulos no apuntaron el dedo al fiel tesorero, sino que sospecharon de sí mismos, diciendo: “¿Soy yo, Señor?” Por eso no es sorprendente que tan pocos en el cuerpo de Cristo jamás sospechen que estamos rodeados por los que pertenecen a la categoría de Judas. Aun así, las campanas de alarma deben sonar cuando observamos estadísticas como las citadas anteriormente. Las campanas de advertencia deberán sonar cuando la iglesia, que debería tener gran influencia en la política, no la tiene, y cuando su empuje llega a ser tan débil. Con nuestros millones de creyentes ni siquiera hemos podido prohibir la matanza de los no nacidos. Algo va radicalmente mal. Pero antes de ver el remedio, veamos la causa.

~ Ray Comfort

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