
Una mujer llamada Peggy entró al pasillo de nuestro ministerio y preguntó si podía estacionar su casa rodante frente a nuestro edificio. Le dije que estaba bien, y entonces le di uno de nuestros folletos coleccionables de Elvis. Ella miró la foto y dijo “este se parece a mi primer esposo.” Le pregunté cuántos había tenido. Ella dijo que ahora estaba con su cuarto marido.
Me contuve de decirle “… y el que ahora tienes no es tu marido” y en vez de eso le di una moneda con los diez mandamientos impresos. Le dije lo que era, y le pregunté: ¿Piensas que has guardado los Diez mandamientos? Cuando ella admitió haber mentido y robado, gentilmente le dije “por su propia confesión usted es una ladrona y una mentirosa. Si Dios la juzgara por los Diez Mandamientos en el Día del Juicio, ¿Será inocente o culpable?” Ella dijo que sería culpable y terminaría en el infierno. Le dije que no era la voluntad de Dios que ella fuera a ese lugar, y le pregunté si sabía lo que Dios había hecho para que ella no fuera al infierno. Ella abrió los ojos y con sinceridad dijo “Él nos dio a su Único Hijo incognito.”
La mayoría de las personas de América conocen Juan 3:16, aunque no lo citen del todo bien. (Fuente: Escuela de Evangelismo Bíblico – Lección 11)