
Casi cada fin de semana viajo alrededor del país enseñando a la gente a cómo compartir su fe inofensivamente. Mi habilidad se encuentra en dar instrucciones acerca de cómo hacerlo sin que la gente se sienta atemorizada.
Un amigo y yo habíamos salido en su auto “a pasear”, buscando a alguien con quién charlar. Yo había visto tres candidatos y le grité a mi amigo: “¡Detente!”, pero estábamos en el carril equivocado y no podíamos cambiar a tiempo.
Unos minutos más tarde le dije: “¡Ahí hay dos!”, mi amigo viró el auto en la próxima esquina y frenó de golpe, haciendo chillar las ruedas. Se sintió mal por haber fallado a mi anterior llamada de atención, así que se aseguró de responder a ésta.
Los dos individuos se estaban alejando, así que desabroché mi cinturón y, con el entusiasmo de un zelote religioso, salí del auto de un salto y los llamé. Inmediatamente hicieron lo que les dije. Tenía dos de nuestros nuevos tratados de “ilusión óptica” en mi bolsillo, así que los saqué. Esos tratados son “increíbles” en el mejor sentido de la palabra. Sostienes la tarjeta roja en tu mano derecha y la azul en la izquierda. La que está en la derecha parece más larga que la de la izquierda. Cuando cambias las tarjetas y sostienes la roja en la mano izquierda y la azul en la derecha, de repente la azul parece más grande. ¡La gente no lo puede creer!
Tampoco lo podían creer los dos hombres, quienes tenían los ojos muy abiertos cuando vieron los tratados. Uno de ellos inmediatamente ofreció la información de que las botellas que llevaban en bolsas de papel no eran bebidas alcohólicas. Nos contaron después que estaban atemorizados cuando me acerqué. Pensaron que estaban siendo abordados por oficiales de la policía, vestidos de civil y que la ilusión óptica era una nueva forma de prueba de sobriedad.