Por qué no es amoroso dejar de mencionar el infierno

Todos los cristianos deben asegurarse de advertir a los incrédulos sobre el Infierno cuando comparten el evangelio. No hacerlo sería moralmente incorrecto.
Imagina que ves una casa de madera de tres pisos que se está incendiando en el sótano. Miras arriba y ves que hay una familia que obviamente no sabe que su casa está en llamas. Hay una escalera en el lado izquierdo del edificio. Sabes que dentro de cinco minutos será un infierno y la gente morirá a menos que salgan de la casa. ¿A qué te dedicas?
Puede llamar a los bomberos, pero tardarán al menos diez minutos en llegar y será demasiado tarde. ¿Subes corriendo las escaleras y llamas a la puerta? ¿Qué harías si llamas a la puerta y escuchas a alguien decir que estás en una propiedad privada y que debes irte? ¿Simplemente los dejas arder porque malinterpretan tu motivo?
La casa del mundo está en llamas, y ellos no lo saben. Afortunadamente, la Biblia nos dice lo que debemos hacer: “Y ten compasión de algunos, haciendo distinción; pero otros salvan con temor, sacándolos del fuego, aborreciendo hasta el vestido contaminado por la carne” (Judas 1:22-23).
Note esas tres palabras: “haciendo una distinción”. Cuando te acercas a los perdidos, estás buscando a aquellos que creerán tus palabras. Si derribaste una puerta y gritaste que el edificio estaba en llamas y que los residentes debían salir, aquellos que creyeron tus palabras se irán. Los que no se quedarán y morirán quemados.
Así que ruega a este mundo malvado que huya del pecado con la esperanza de que crean en el evangelio. Aquellos que son humildes de corazón y honestos acerca de su condición pecaminosa escucharán. Jesús dijo (en la parábola del sembrador) que estos son los oyentes de la buena tierra. Aquellos que son arrogantes, orgullosos y santurrones no escucharán. Son tierra dura.
Asegúrate de saber la diferencia para que hagas una distinción, pero no te rindas con alguien que es suelo duro. Si estabas haciendo jardinería y te encontraste con tierra dura, simplemente toma tu pala y rómpela. Luego, una vez que esté rota, planta la semilla.
Dios nos ha dado una herramienta para romper la tierra dura: la Ley de Dios. Es la Ley la que nos humilla. Expone nuestro pecado y nos muestra que nuestra casa está en llamas.