En vez de procurar que los pecadores desesperados lleguen corriendo a tocar la puerta del cielo, incorrectamente pintamos un cuadro de un Jesús que está implorando que lo dejen entrar en el corazón del pecador. Esta clase de invitación da la impresión de que el pecador le hace un favor a Dios, si responde positivamente a la invitación. El evangelio no es una invitación. Las invitaciones se pueden rechazar con cortesía, sin temor a represalias. Las Escrituras dicen: «Dios . . . manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30, cursivas añadidas).

Nunca nos atreveríamos a utilizar algunos de los siguientes versículos con el propósito de estimular a alguien para que acuda a Cristo:

Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución (2 Timoteo 3:12).

Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14:22).

Muchas son las aflicciones del justo (Salmo 34:19).

Tampoco mencionaríamos los sufrimientos del apóstol Pablo: los apedreos, los peligros y los naufragios que soportó. Bueno, ¡es bastante difícil lograr que las personas se conviertan con sólo presentarles el mensaje de las buenas cosas del evangelio! En nuestro celo de evangelización, tratamos de llevar a los pecadores hacia el reino por medio de argumentos, apelando a su intelecto. Intentamos asustarlos en campañas, con el «número 666», a fin de que entren en el cielo. Tratamos de seducirlos para que entren en el reino, diciéndoles que Jesús los hará felices. De hecho, usamos todos los métodos para atraer a las personas hacia Cristo, excepto el método que Dios estableció: ¡la ley!

Compartir